A veces, la Naturaleza resulta confusa o demasiado compleja como para
que podamos captarla ateniéndonos únicamente al conocimiento
científico.
La Ciencia nos enseña que los procesos a nuestro alrededor siguen
comportamientos regulares, nos empuja a pensar que, tarde o temprano, el
ser humano será un perfecto historiador de sucesos pasados y podrá
adivinar los futuros. Nos invita a admirar la Naturaleza como sustrato
abstracto de materia y energía en el que todo ocurre bajo mecanismos
bien engranados. En esta concepción se admite el azar como una ausencia de conocimientos o
la idea de Dios como una explicación temporal a los eventos que
observamos absortos en el devenir de nuestra existencia, tremendamente
corta si la comparamos con la edad del Universo o la de la Tierra. Este
modo de entender la Ciencia también niega la libertad humana,
puesto que nos supone sujetos al mismo determinismo de las leyes de la
Física que gobiernan el comportamiento de cualquier otro objeto del
Universo. Por último, nos infunde la idea de que los cambios son meras
apariencias, evocando al sabio Parménides, allá por el siglo VI a. C.,
pues todo es un continuo de estados causal y suavemente relacionados,
sin posibilidad de que alguno se rebele con respecto a los que le
preceden.
Así es como tendemos a ver el mundo macroscópico que nos rodea: es un
mundo casi Mecanicista, siguiendo la doctrina que surgió en el siglo
XVII como extrapolación del conocimiento del momento. Pero los
avances de la Física de principios del siglo XX nos hicieron de espejo
ante estos prejuicios y dieron al azar un papel protagonista.
Surgió la Teoría Cuántica, con la que empezamos a explicar los sucesos
que ocurren a nivel molecular y atómico, aunque a expensas, por
momentos, de desterrar nuestra intuición. Esta teoría ajusta el azar en
las ecuaciones que gobiernan los fenómenos naturales sin identificarlo
como desconocimiento sino como realidad. Quizás nunca nos acostumbremos a
ello. Surgió también la Teoría del Caos en la que el azar aparece como
un acto de rendición a la imposibilidad de conocer todos los factores
que necesitamos para predecir o retrodecir sucesos.
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