Cientos de organismos permanecen cerrados desde el primer día de octubre a la espera de que demócratas y republicanos lleguen a un acuerdo para reabrir el Gobierno federal. Pero pocos han sufrido tanto los efectos del cierre de la administración como los Institutos Nacionales de Salud (NIH): una red cuya sede central está a las afueras de Washington y cuyo organigrama agrupa a 27 centros públicos de investigación.
El cierre de la administración obligó a los responsables de la institución a enviar a casa a tres cuartas partes de sus 18.646 empleados. Sólo quienes se encargan de tareas esenciales siguen trabajando durante el paréntesis. Pero los límites no siempre son evidentes. Cada instituto sigue unas reglas distintas y algunos departamentos ignoran las directrices oficiales. Pero a los responsables de la mayoría de los laboratorios se les exige que justifiquen los servicios mínimos de sus empleados y no se les permite trabajar.
Los investigadores más jóvenes aprovechan su posición de subalternos para ignorar las órdenes y mantener a flote sus experimentos. Pero muchos temen que les delate un accidente en el laboratorio. "Podemos aguantar dos semanas más pero luego tendremos serios problemas", decía esta semana a la revista 'Nature' el responsable de uno de los laboratorios del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID).
El NIAID es uno de los 27 centros que forman la red de los Institutos Nacionales de Salud. Un organismo en cuyas instalaciones trabajan miles de científicos y cuyos responsables financian proyectos externos por valor de unos 29.151 millones de dólares: unos 21.410 millones de euros al cambio actual.
Los 27 centros de los NIH sufragan el 28% de la investigación biomédica en EEUU. Una cifra que ofrece una idea aproximada del impacto que supone su cierre en muchos puntos del país. Sus laboratorios han aplazado cientos de ensayos clínicos relacionados con el cáncer, el sida o el Alzheimer y sus responsables han dejado sin tramitar miles de solicitudes de científicos que acuden al organismo en busca de financiación.
Experimentos suspendidos
A una de investigadora del Instituto Nacional del Cáncer se le denegó la entrada y sólo pudo acceder al edificio después de que su jefe pidiera permiso para entrar una hora al día para asesorar a los técnicos que cuidan de sus ratones.
A los roedores se les han inyectado células cancerígenas y han empezado a desarrollar tumores que hacen necesario sacrificarlos. La dispensa permite a la investigadora extraer de sus cadáveres tejidos que le ayudarán a retomar el experimento cuando demócratas y republicanos reabran el Gobierno federal.
Ningún trabajo es tan ingrato como el de los técnicos que cuidan de los animales que se usan en los experimentos. Todos siguen trabajando para velar por la vida de unos 3.900 primates y unos 300.000 ratones cuyo destino depende de la reapertura del Gobierno. Pero el organismo no puede explicar qué están haciendo. Entre otras cosas porque sus responsables de comunicación están entre los afectados por el cierre de la administración.
La esperanza de vida de un ratón sano oscila entre dos o tres años. Pero los que se utilizan en experimentos médicos no suelen aguantar más de 12 meses. La mayoría de ellos viven en jaulas esterilizada y se les alimenta a través de un tubo especial que los expertos rellenan cada dos semanas. "Nosotros somos como las limpiadoras de los hoteles", explica a ELMUNDO.es el veterinario Robert Adams, que supervisa el bienestar de los roedores de la Universidad Johns Hopkins, que recibe más dinero de los NIH que cualquier otro centro del país.
Adams está seguro de que sus colegas federales hacen lo posible por mantener sanos a los animales de los Institutos Nacionales de Salud. Pero alerta sobre las consecuencias del cierre del Gobierno y subraya que sus efectos plantean problemas muy difíciles de resolver. "Las ratonas suelen parir unas 10 crías cada tres semanas y la población no deja de aumentar", explica a este diario. "Algunos ratones desarrollan enfermedades graves y hay que sacrificarlos en sus jaulas con anhídrido carbónico. Llega un momento en que no queda otra opción".
Muchos son ratones cuyo genoma se ha modificado para someterlos a enfermedades humanas. Un detalle que los convierte en especímenes muy costosos y difíciles de sustituir. Un único animal puede llegar a costar miles de dólares y algunos son ejemplares únicos imposibles de reemplazar.
Trabajos ralentizados
Mantener una colonia de ratones transgénicos requiere chequear el ADN de cada ratón. No hacerlo puede poner en peligro experimentos muy costosos. "Si supiera que mi laboratorio va a estar cerrado durante dos semanas tomaría medidas para reducir el número de ratones", decía esta semana Roger Reeves, que ejerce como profesor en la Universidad Johns Hopkins e investiga los orígenes de síndrome de Down.
Su colega Adams tiene claros los pasos que seguiría si le tocara supervisar los ratones de los Institutos Nacionales de Salud: "Lo primero que haría sería separar los machos de las hembras pero no es fácil tener tantas jaulas disponibles. Luego habría que controlar la población según van avanzando los días del cierre del Gobierno. No es la tarea más bonita del mundo pero alguien tiene que hacerla".
Adams explica que su universidad ya ha empezado a sentir los efectos del cierre de la administración pública: "Hemos dejado de traer ratones del Instituto del Cáncer y eso empieza a ralentizar el trabajo de los científicos. Otro problema es que los responsables de los centros no revisan nuestras propuestas y eso retrasa la entrega de unos fondos de los que muchas personas dependen para llegar a fin de mes".
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