Mientras, el martes al mediodia, la Real Academia Sueca de las Ciencias descolgaba todos los telefonos habidos y por haber tratando de localizarlo para comunicarle que le habia concedido el Nobel de Fisica de este año, Peter Higgs, de 84 años, almorzaba tranquilamente en un restaurante del barrio de Leith, en Edimburgo. Aunque no se habia ido de vacaciones, como algunos creían al principio, nadie era capaz de dar con él. En Estocolmo, viendo que no había manera, se saltaron el protocolo habitual y anunciaron el premio sin que uno de los galardonados (lo comparte con el belga Francoise Englert) tuviera constancia de ello.
Pasaría todavía un rato hasta que Higgs por fin supiera que, medio siglo después de proponer la existencia del bosón que lleva su nombre, una teoría confirmado por el CERN de Ginebra en 2012, el sabio británico alcanzaba el reconocimiento mundial que merecía.
"Una antigua vecina me vio por la calle, se bajo del coche y me dio la enhorabuena. Entonces, yo le pregunté que por que. '¡Por el Nobel! Me ha llamado mi hija desde Londres para contármelo!'", relataba el físico británico esta mañana, en el transcurso de la rueda de prensa que ha concedido para mostrar públicamente sus impresiones. "Luego, cuando ya llegué a casa, vi todos los mensajes y me di cuenta de que era verdad', añadía Higgs, un hombre poco mediático y en cierta medida incómodo por el revuelo mediático generado en torno a su discreta figura.
Discreto, en camisa, como si tampoco fuera para tanto, ha dejado alguna que otra anécdota curiosa en la amena charla que ha tenido con los periodistas. Él, como otros tantos genios del pasado, tampoco destacó especialmente en el colegio. "Me atraían más las matemáticas y la química, pero llegó un momento en que la Física se me cruzó y me atrapó", relataba, sereno y afable, natural y humilde, el hombre que en 1964 fue capaz de formular una teoría que no se pudo demostrar hasta el año pasado.
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