El número de abejas se está reduciendo notablemente debido al uso masivo de sustancias tóxicas, a la acción de determinados parásitos y a diferentes factores climáticos. Un nuevo análisis realizado a escala europea publicado por la organización conservacionista Greenpeace señala que dos terceras partes del polen -el 67%- recolectado por las abejas está contaminado por insecticidas (clorpirifos, tiacloprid), acaricidas, fungicidas (buscalida) y herbicidas comercializados por las compañías Bayern, Syngenta y Basf.
El informe, La pesada carga de las abejas, detalla que en las 132 muestras de polen recolectado por abejas melíferas (107 recogidas a partir de trampas de piquera y 25 del polen que se encuentra en los panales) se detectaron 53 sustancias químicas distintas. Además, cuenta que la interacción de estos productos químicos entre sí afecta gravemente a la supervivencia de este insecto polinizador.
«Sin duda el informe de Greenpeace demuestra que las evidencias están ahí y señala que no es solo un factor el que está afectando a las abejas, sino que varios factores provocan el declive de las abejas. Entre estos factores destaca el uso de los plaguicidas, algo que se puede regular desde la Comisión Europea», explica a EL MUNDO Juan Ferreirim, responsable de la campaña de agricultura de Greenpeace.
Sustancias que permanecen en el medio ambiente
Las investigaciones llevadas a cabo en España -sobre campos de cultivo de Castilla y León, Castilla La Mancha, Andalucía, Aragón y la Comunidad Valencia- sitúan al país como uno de los lugares más contaminados a partir de las muestras que los investigadores recogieron durante los meses de julio y agosto de 2013. Y, aunque «no todas las muestras contenían sustancias tóxicas », una de las que recogieron en un campo de cultivo de Córdoba contenía DDE. Esta sustancia resulta de la degradación del DDT, cuyo uso como pesticida en el sector agrícola se prohibió en 1977. «Lo que constata [esta muestra] es que el uso de este plaguicida se mantiene en el ambiente », señala. «Es una de las causas que queda de este modelo de agricultura intensivo », apunta Ferreirim.
Además, las muestras apuntan a que España encabeza la lista de los países europeos en utilizar imidacroplid, uno de los tres plaguicidas tóxicos (clotianidina, tiametoxam e imidacloprid) que pertenecen a la familia de los neocotinoides. Sobre este tipo de plaguicidas ya existe una legislación de la Comisión Europea que entró en vigor en julio de 2013. Desde entonces, la norma prohíbe utilizar durante dos años estos componentes tóxicos por los riesgos de salud que afectan a las abejas. Entre los efectos adversos está la desorientación del insecto que le impide volver a la colmena, malformaciones e incluso la muerte. Pero estas medidas no son suficientes para la organización conservacionista «estas prohibiciones son parciales», dice Ferreirim. «Existen excepciones a su uso: en invierno, en los invernaderos (donde el papel de los polinizadores es necesario para cultivos de tomates y fresas). Además, se llegan a utilizar en cultivos antes y después de las floraciones».
Por su parte, la compañía Bayern CropScience ha emitido un comunicado señalando que los datos científicos muestran que sus productos «no tienen un impacto negativo en el desarrollo de las colonias de abejas».
Una de las propuestas de Greenpeace es la prohibición completa del uso de estos pesticidas tóxicos sobre los cultivos y que sea, además, de manera definitiva porque «a corto plazo podemos actuar directamente sobre los plaguicidas que están afectando a los polinizadores », apostilla Ferrerim. Otra es promover una agricultura ecológica donde se respeten los ciclos naturales y no se utilicen transgénicos.
Un mundo sin abejas
Un mundo sin abejas acabaría con «nuestra seguridad alimentaria», explica el responsable la campaña de agricultura de Greenpeace. La mayor parte de los cultivos de Europa depende de los insectos polinizadores. Un mundo sin abejas provocaría el declive de la biodiversidad porque la mayor parte de las especies con flores (90%) dependen de la polinización. «Podríamos encontrar alguna alternativa como la polinización manual para determinados alimentos, pero no para todos los cultivos», argumenta el ecologista. «Nadie iría al campo a polinizar tomillo o romero», concluye.
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