Célebres obras de arte como «El lago Petworth: Atardecer» del británico Joseph William Turner, pintor por excelencia de paisajes durante el siglo XIX, han servido a un grupo de investigadores griegos y alemanes para estudiar cómo ha cambiado la atmósfera a lo largo de los últimos 500 años. Cada pincelada ha sido minuciosamente estudiada en sus laboratorios (a partir de imágenes en alta resolución) ayudando así a los científicos a conocer los niveles de contaminación que había en el ambiente.
En su estudio, publicado en la revista Atmospheric Chemistry and Physics, los investigadores detallan que las cenizas y los gases liberados tras una erupción volcánica hacen los atardeceres más rojizos. Además, otra de sus conclusiones es que a partir de la Revolución Industrial, un periodo de auge y transformaciones socioeconómicas y culturales (que duró desde el siglo XVIII hasta principios del XX), los niveles de contaminación atmosférica aumentaron de forma notable. Por ello, los pintores europeos fueron testigos de ambos fenómenos y en sus obras plasmaron cómo el cielo cambiaba de color continuamente.
«En los últimos 500 años hubo periodos de bastante actividad volcánica. Sus efectos se mantuvieron y bajaron las temperaturas. A ese periodo le siguieron los gases originados por el ser humano, que contaminan el aire, tal y como conocemos a partir de estudios e incluso de la literatura», cuenta a EL MUNDO Christos Zeferos, coordinador del estudio profesor de Física Atmosférica de la Academia de Atenas de Grecia.
Cuando el volcán Tambora (Indonesia) se activó en el año 1815, las rocas volcánicas que eran expulsadas desde el interior del volcán (piroclastos) junto a gases volcánicos se dispersaron en el aire y tiñeron los atardeceres de colores rojizos y anaranjados. La devastación y la magnitud de la erupción provocaron 10.000 muertos y cambios en la atmósfera a escala mundial, donde bajó la temperatura y se inició el llamado «invierno volcánico». Tras la erupción, los fuertes tonos rojizos permanecieron en el ambiente durante años y artistas como William Turner los recogieron en sus obras.
«La naturaleza habla desde el corazón y el alma de los artistas», explica el investigador. «Pero es sobre todo en los atardeceres cuando los colores verdes y rojos pintados en los cuadros dan una importante información del entorno».
Los autores del estudio analizaron 124 obras de arte. La mayoría eran obras de Turner, pero también estudiaron a John Brett (1831-1902) y su obra «El Canal Británico visto desde los acantilados de Dorsetshire», entre otros. El análisis, que se inició en 2005, partió de las obras realizadas en el año 1500 y concluyó con obras del 2000. Un periodo de tiempo en el que se dieron más de 50 erupciones en la Tierra de gran magnitud como la del volcán Cotopaxi (Ecuador) en 1744.
Según su análisis, los cielos en los paisajes, que están más contaminados por la dispersión de cenizas volcánicas y la luz del sol, son más rojos. Para reforzar su teoría, quisieron comprobar si se produce el mismo efecto con los minerales que se encuentran dispersos en lugares como el desierto y con los gases contaminantes originados por el ser humano. Con este objetivo en mente, pidieron a un famoso artista que pintase puestas de sol durante y después de la llegada de una nube de polvo del Sáhara sobre la isla de Hydra (Grecia) en 2010. El pintor, al igual que sus predecesores, captó los cambios en la atmósfera.«Comprobamos que las proporciones de rojo y verde, medidos en las puestas de sol a partir de las pinturas de grandes maestros, están bien relacionadas con la cantidad de gases volcánicos en la atmósfera», reconoce el investigador.
Este estudio es un nuevo ejemplo de cómo el arte y la ciencia pueden unirse para explorar la evolución del clima durante cientos de años y el impacto que pueden tener los gases que surgen de la actividad humana en los cambios sobre la atmósfera. Además, este tipo de investigaciones pueden ayudar a predecir cómo será nuestro planeta en el futuro. «Queríamos ofrecer otras alternativas para estudiar el medio ambiente. Es una posible técnica a utilizar, pero es más importante conocer cómo nuestro cerebro percibe la naturaleza y lo que esto significa para la Ciencia», concluye Zerefos.
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